sábado, 7 de marzo de 2009

Desde mi ventana fui testigo de cómo las cosas de Claudio fueron desapareciendo. Ver un cuarto de su pieza era suficiente para saber que algo estaba pasando allí y en su vida. Primero fue el plasma, después el computador y supongo que lo mismo pasó con el resto de las cosas.
Cuando encontró trabajo en el Blockbuster, su mamá estaba tan orgullosa que todos los vecinos nos enteramos en cuestión de días. Quizás algo conservábamos del espíritu de barrio. Igual se notaba que la señora no creía que su hijo se la iba a poder. Nadie en realidad. Es que la cuadra entera hablaba de él como el pobrecito, el niño de 36 años. No sabíamos bien qué tenía. Se daba por hecho que algo de retardo, pero nadie lo decía con todas sus letras.
Me lo topé muchas mañanas cuando me tocaba ir a clases temprano. Lo miraba de reojo, como esperando que se me pegara un poco del ánimo con que salía a la pega. Es que esa era su vida, todo lo que tenía. Cumplidor y esforzado: el eterno empleado del mes. Claro, el ascenso se dio rápido. Con ello llegaron más lucas y lujos para su pieza. Ahí, en el trabajo, conoció a la Leslie. Diez años menor. Claudio ni la miró cuando llegó. ¿Cuándo se iba a imaginar que se fijaría en él? Un hombre que se conformaba con cruzar un par de miradas en la micro, no tenía muchas expectativas. Ni se dio cuenta cuando la tenía pegada. Fue en el rincón de los estrenos, sintiendo su respiración suavecita. Trató de congelarse, surreal. Si a veces cuando cerraba los ojos en la noche, intentaba repasar cada detalle de ese encuentro y mantenerlo vivo, ejercitar el recuerdo. Y vox populi: ¡Claudio estaba pololeando! Al menos eso decía él.
Hace tiempo pasé por la tienda, quizo presentármela. Ella ni lo miró y partió a ordenar un montón de películas. Para mí le estaba haciendo la desconocida, para él tenìa mucha pega. Traté de cambiarle el tema lo más rápido que pude y salí incómoda, incluso sin la bolsa. Me la fue a dejar más tarde.
Cuando mi mamá me contó que al lado habían comprado auto, pensé que se trataba de la última adquisición de Claudio. Tal vez otro ascenso. Pero no, todo lo contrario: lo habían despedido. Claudio comenzaría a trabajar como radiotaxi. Qué bueno, porque yo andaba en taxi para todas partes. Claramente era mejor tener a alguien de confianza. Así, en los trayectos, lo conocí mejor, aunque me costó, porque no hablaba mucho. Conversábamos de cosas del barrio, de las comidas que le preparaba su mamá y el olorcito que salía, de la "Ota" (mi perrita), del precio de la bencina y la temperatura. El auto siempre estaba impecable. Él también lo estaba.
El día de la fiesta de la universidad, no tenía como llegar a la casa de la Carla. Nos juntábamos ahí, tomábamos para bailar y partíamos a bailar. Había visto que estaba el auto de Claudio estacionado en la entrada, así que lo llamé para que me fuera a dejar. Me saludó muy cortés como siempre. Estaba alegre, fingidamente alegre. Algo que consideraba como acto de cortesía. Yo sabía que algo le pasaba. "Deudas no más", me dijo con esa voz de persona que le cuesta tragar. Me olió a que estaba metida su ex, la famosa Leslie, que por cierto había quedado embarazada hace unos meses de otro tipo del Blockbuster. Algo me habían contado: que la mina trató de engrupirlo con que la guagua era de él, que asumiera su responsabilidad y no sé que más. Después reconoció que él no estaba ni cerca de ser papá (no le quedó otra), pero le dijo que si no la ayudaba, no la iba a ver nunca más. Y eso era un golpe bajo, porque aunque no pudiera tenerla, se conformaba con sólo verla de vez en cuando. Vendió poco a poco sus juguetes nuevos y a cambio de que ella le diera una sonrisa, él le entregaba un sobrecito cuando se juntaban. Hasta que no lo quedó nada más que vender.
O sea parte de la historia yo ya la sabía. Pero hoy no tenía ganas de sacarle palabras con tirabuzón y jugar a la psicóloga. Si él no me contaba lo que le pasaba, probablemente me enteraría igual después, como todo lo que yo y varios vecinos más sabíamos de él. Lo vi pegarse en la frente. Le pregunté qué pasaba y murmuró algo de sus documentos, se le habían quedado. "Estoy apurada" le dije para que ni pensara en devolverse. Quería llegar luego, no le pregunté más y me puse a hablar por celular. "Chao, que estis bien" le dije sin esperar respuesta y cerré la puerta rápido.
Hasta las seis estuvimos carreteando. Por suerte un compañero me llevó a la casa después de unos besos locos. No tuve que gastarme la poca plata que me quedaba en el radiotaxi. Igual el auto de al lado no estaba cuando llegué. Filo. Me acosté.
Deben haber sido cerca de las 10 am cuando llegaron los Carabineros a la casa preguntando por Cristián, el hermano mellizo de Claudio, del que no sabíamos hace mucho tiempo. Lo habían echado después que lo cacharon vendiendo un televisor para comprar coca. "Pero él vivía al lado" escuché decir a mi mamá. Me tapé la cara con la almohada, no quería escuchar más, sólo dormir para pasar la caña asquerosa.
A los minutos sentí que alguien entró en silencio a mi pieza y se sentó a los pies de la cama. Vi a mi mamá. Habían encontrado un cuerpo de similares características a las de Cristián. No llevaba documentos. Se había lanzado al canal San Carlos minutos después de que llegué a la casa de la Carla. Encontraron el radiotaxi perfectamente estacionado unos metros más allá.